Sociedad cosmopolítica y república universal

 

Miércoles, 16 de noviembre de 2005.

 

La situación de la Tierra se está rápidamente agravando. La especie humana peligra con la autodestrucción. Los tres factores fundamentales de crisis son la violencia, la pobreza y el integrismo. Violentar significa usar la fuerza y el engaño para constreñir a los otros a hacer lo que no querrían. La violencia es material y espiritual. No es sólo guerra y terrorismo, sino también mala fe e ilusión. La droga es violencia física y psíquica. Empobrecer significa sustraer riqueza y explotar. Tres cuartos de la población del planeta fueron empobrecida con las monedas de curso legal, la disparidad de los recursos naturales y la concentración de la riqueza. Integrismo significa imposición de una ideología, no sólo religiosa, en la sociedad, en la política, en la economía, en la justicia. Cualquiera que sea la naturaleza, el integrismo no es nunca una solución a los problemas de la mayor parte de las personas sino un medio de hegemonía de una minoría. Es siempre y sólo un pretexto.

Esta mezcla de violencia, pobreza y integrismo está destruyendo a la humanidad y el planeta. Las condiciones existen. Las armas químicas, biológicas y nucleares disponibles son más que suficientes para hacer estallar el entero planeta. La exigüidad de los recursos naturales y de la energía agrava los conflictos interiores y exteriores de las naciones. La apatía, la indiferencia, la ignorancia y el miedo de las poblaciones permiten a quien posee armas, recursos y riqueza realizar acciones incontrolables. La estrategia inhibitoria y disuasiva de la segunda mitad del siglo XX fundamentada en el equilibrio de la posible retorsión ya es ineficaz. Todo puede ocurrir en un instante. Luego, el desastre. Más que el fin.

Aunque la situación es tan excepcional como para requerir la institución de una autoridad fuera de cualquier otra por cierto tiempo, la solución no es ni el centralismo, ni la dictadura ni el imperio. El centralismo es un sistema de gobierno que concentra el poder en los órganos del estado. Ningún estado nacional, por más que sea potente, puede ser bastante autorizado para hacer de árbitro. La dictadura es una forma de gobierno autoritario, que concentra el poder en un solo órgano o en una sola persona. Nadie puede conquistar esta autoridad. El imperio es un conjunto de países sujetos a la autoridad de uno de éstos. Ningún país puede tener la autoridad de imponer su voluntad a todos los países de la Tierra. De hecho, no ha existido nunca un imperio mundial.

En el pasado el concepto de autoridad imperial, como suprema garantía universal de paz y justicia con relación a la natural inclinación humana a buscar la felicidad pero a no saber perseguir colectivamente por culpa de vicios enraizados como la avidez y la envidia, habría justificado, según Dante Alighieri (Convivio, IV, IV), la existencia de una autoridad política universal, que sería indicada providencialmente por Dios en el imperio romano y en las formas que de aquella autoridad vieja tienen origen, como la única salida para la felicidad común de los pueblos. Pero Dante tenía una visión mística y no metafísica de la realidad. Por lo demás, la historia ha establecido que el poder no puede proceder de un derecho divino sino de un contrato entre gobernados y gobernantes.

Los tratados, las convenciones y las organizaciones internacionales de los estados han probado que no pueden enfrentar la situación, bien porque no han tenido nunca legitimidad de los pueblos, bien porque sufren la hegemonía de los estados más potentes. Y para no estar sometido al derecho internacional, es suficiente que un estado no acepte un tratado o una convención, como ha ocurrido para el protocolo de Kyoto y para el estatuto del Tribunal penal internacional.

El único medio con que se puede enfrentar esta situación que ya parece irreversible es la república universal, un gobierno del planeta con el poder de hacer poner en práctica una ley y el derecho a todos los estados y a sus pueblos.

Emmanuel Kant (La paz perpetua) había sugerido la constitución de una república formada por todos los estados, una república federal mundial, como institución necesaria para garantizar la paz y la libertad en todo el planeta. La idea no ha sido aceptada por el mismo motivo por el que Kant la había propuesta: los estados no quieren transferir su soberanía a una suerte de superestado. Aplicaciones perversas de esta idea son la Sociedad de las Naciones y las Naciones Unidas. Estos órganos no fueron instituidos para transferir la soberanía de los estados a un organismo colegial sino para permitir a los estados más potentes imponerse sobre los otros con la «cobertura» de una organización internacional. En sustancia, ha sido mudado el principio de derecho privado, en base al que una acción es cuanto más legítimo, cuanto más está prevista por la ley, aplicándolo al derecho público. El resultado es que las Naciones Unidas no son un medio político «super partes» con el que justificar decisiones políticas en el interés de algunas partes. Cuando este medio impone una decisión política, es suficiente no adoptarla. Y cuando rechaza la cobertura, se actúa unilateralmente. ¿Cuántas resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no han sido aplicadas por Israel? ¿Y cuántas acciones políticas han realizado los Estados Unidos de América sin el consenso del Consejo de Seguridad?

En nuestra sociedad cosmopolítica, hay que tener la audacia y la lucidez de indicar y proponer sin conductas veleidosas sino con determinación, la solución más avanzada, hablando a la consciencia y a la razón de la humanidad en su totalidad. Pero la iniciativa no puede partir de los estados. Esta posibilidad nace de quien se da cuenta de la situación y tiene las ideas y los medios para proponerlas. Puede ser propuesta con un acto de fuerza sin violencia y potenciada por un proceso de rebelión constructiva, al que hacer participar la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.

La república universal debe ser un gobierno elegido directamente por los habitantes del planeta, porque sólo a un gobierno mundial que represente a todos los habitantes del planeta puede ser conferido el mandato y la máxima autoridad con el deber de usar el poder para impedir el uso de las armas, redistribuir equitativamente los recursos y la riqueza, hacer cesar los conflictos y establecer la paz por el interés de la entera humanidad.

La solución puede ser la República de la Tierra, un sistema de gobierno democrático de los habitantes del planeta y de sus grupos para vivir en paz de la mejor manera posible. No un gobierno del estado sino un gobierno del pueblo. Un gobierno sin estado, sin territorio y sin bienes materiales. Un sistema de gobierno constituido por una asamblea formada por un representante por cada diez millones de habitantes electos directamente cada cuatro años por los mismos habitantes del planeta y un gobierno formado por doce gobernantes electos por seis años por la asamblea que elige entre ellos al presidente.

La República de la Tierra fue fundada el 1ro enero de 2001, al comienzo del tercer milenio de la era vulgar. Su Constitución establece los principios y las modos para realizarlos. Las Disposiciones de realización de la Constitución prevén la asamblea internacional sea elegida dentro de tres meses desde que en la República de la Tierra han participado al menos ciento veinte millones de personas y que hasta aquel momento la dirección y la coordinación de la República de la Tierra correspondan a un Comité de representantes compuesto por las doscientas personas nombradas por los afiliados que resultan haber obtenido el mayor número de designaciones al final de cada trimestre solar.

Una prueba de elección de la asamblea internacional ha sido hecha en el mes de febrero de 2005 a través de Internet, pero el Comité electoral de control no convalidó los resultados porque durante el procedimiento algunos nodos WEB se habían interrumpido durante algunos días. Por lo demás, la autoridad de aquella asamblea hubiera sido no obstante limitada, porque no representaba la mayoría de los habitantes del planeta.

Ahora se trata de difundir universalmente esta idea y de hacer participar en la República de la Tierra a los ciudadanos de todos los países. Para obtener este resultado, es precisa una forma de comunicación circular, de tipo revolving, el boca a oreja. Cada nuevo afiliado llega a ser promotor y se compromete a hacer adherir a otras tres personas. El mensaje es simple: conocer, pensar, comunicar para cambiar al mundo. Con esta forma y este mensaje, cada afiliado se siente parte activa y artífice de un proceso encaminados al propio interés personal, que sin embargo puede ser realizado sólo junto a los otros, a los que por eso es necesario comunicar la idea.

A través de esta comunicación, los habitantes de cada país pueden adherir en la República de la Tierra en solas treinta fases progesivas, el número de los afiliados aumenta en cada fase: 1, 3, 6, 12, etc.. Puesto que cada fase puede realizarse en algunos días, la República de la Tierra podrá ser completada dentro de pocos meses. Sólo entonces se podrá proceder a la elección de una asamblea internacional y de un gobierno mundial dotados de la autoridad necesaria para enfrentar la situación del planeta.

 

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